He vivido con
el recogimiento de la paz todo este tiempo, sitiéndome ligera como las
mariposas, a veces me ha parecido volar en lugar de caminar. En el
transcurso del camino
la resistencia se ha espantado para abrir los ventanales de la paz y la
fe.
Con plena convicción en el día a día, he escuchado el piar de aves
que nos recuerdan que no nos perdamos el sentir de la vida, la
vivificación impresa en nuestras células. El sentir
reactiva esa vivificación y le confiere poder al instante.
Desde la
tranquilidad puede obrarse de forma cabal y tomar decisiones acertadas,
ponderadas y cautas.
La belleza aflora en cada palabra, en cada
sensación, en cada experiencia, cuando la vida se vive
en alerta, sin prisas, sin permitir que lo exterior te arrebate la
esencia del momento. Una persona consciente de eso se ha convertido en
un ciudadano libre que no duda en soltar lastre y desvincularse de
lazos que lo ahogan y condicionan fuertemente su modo
de vida.
Una vida sencilla, calma, dulce es posible, cuando vemos la
luz en nuestro camino y obramos de acuerdo al alma.
La divinidad
está incluso detrás de un obrar oscuro, paciente allí aguarda su turno,
cuando corresponda rectificar y asumir responsabilidades. A la divinidad
no le importa esperar
ni respetar los ciclos. Cuando corresponda rectificar, nuestra
divinidad será firme en el pago de la deuda de actitud que nos
corresponde, si la hemos generado en tiempos anteriores.
Te sientes
brisa en el ahora, ligera y libre, elevada y suave, consigues rozar
pieles que emanan vida y contagiarte.
Resplandeces con la fuerza
inquebrantable con que las olas
baten una y otra vez en la orilla y ese brillo ya no va a menguar, al
igual que el movimiento de las olas.
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