En este caso, la Papisa nos habla del agradecimiento del propio cuerpo y de cómo reconocer al maestro que nos invitará a caminar con nuestro maestro interior:
El manto de la hierba se deja acariciar por el viento, el cual riza la superficie verde, incitando a los tallos a moverse a capricho de la brisa, que envuelve sus almas libres y ligeras.
Ese brisa hace de abrigo de la vegetación y le transfiere un movimiento sensual de dinamismo y vida latente en un palpitar unificado. De este modo, las briznas de hierba despiertan de su quietud por inercia para tratar de correr tras la brisa que las incita a tomar un rumbo de libertad. Sin embargo, la hierba no puede desplazarse de la ubicación de sus raíces. Eso te hace valorar y reverenciar el rol que juegan tus pies y tus piernas en tu vida los cuales te permiten andar y moverte allá donde se te antoje.
Debemos agradecer al cuerpo y a todos sus miembros su mobilidad, su vitalidad y su salud. Gracias al cuerpo podemos expresarnos y ser nosotros mismos, cuando el cuerpo se ha rendido al alma. Insuflar al cuerpo espiritualidad, le hace crecer alas de expresión que nos engrandecen y nos permiten ser nosotros mismos. Desde esta nueva perspectiva, conversamos con la vida, sonreímos al entorno incluso a elementos que nunca antes se te hubieran ocurrido como las nubes, los árboles o el pavimento que te alisa el camino.
Todo constituye objeto de agradecimiento, incluso el auto que cubre grandes distancias. Cuanto menos enjuiciemos, más paso concederemos a todo, para que todo pueda ser. A su vez, nosotros también recibiremos lo mismo. Desde este enclave emocional, todos los obstáculos serán removidos en pro de nuestra faceta más auténtica, verdadera y genuina.
Nos sorprenderá lo sencillo que resulta todo y como el forzar ya forma parte del pasado. Ahora, simplemente, permitimos. Del presente se ha adueñado la expresión más natural de las cosas, aquello que seguramente nos sucedía habitualmente, cuando éramos niños y dejábamos que la vida nos acompañara sin tratar de contaminarla con nuestras opiniones e inseguridades. Los niños nacen libres y se les debería permitir qeu fueran lo que están destinados a ser. Pero si la infancia se lo arranca, entonces la madurez se lo retornará ya que nuestros guías velan por el cumplimiento de nuestro destino, en el cual nos erigimos con el papel decisorio y relavante de cada paso. En una perfecta armonía de pensar y de hacer, de ser y de actuar, nos tornamos coherentes y ése es el primer gran eslabón de la verdad.
La coherencia descarta la contradicción y la duda y nos coloca en una situación de sinceridad hacia nosotros mismos. La mentiras desaparecen para ser fieles al corazón y hablar y sentir a través de él.
El maestro es el que habla a través del corazón y, con desinterés pero con implicación hacia su compromiso de vida, va difundiendo su mensaje a aquellos que están dispuestos a escucharlo.
El maestro sólo toma lo que es suyo, pero lo hace con desapego. Es aquello que le pertenece transitoriamente y deja lo demás para que sea libre de llegar a quien corresponda. La bandera del maestro es la sencillez del corazón bañado de humildad.
Sabrás reconocer a tu maestro, pues habrá algo en él que te resultará familiar, y sabrás que es él antes incluso de que él te reconozca a ti. En algunos casos va a ser él quien te muestre tu propia maestría, aquella nacida para servirte y para servir de orientación a los demás. A veces, la propia maestría se descubre espontáneamente gracias a nuestros guías divinos.
El mundo está repleto de maestros y conforme vayas ahondando en tu espiritualidad, éstos aflorarán como las setas trans una lluvia otoñal en el bosque, y, como por arte de magia, retomarás los pasos a los que siempre estuviste destinada y ya no te sentirás perdida pues habrás encontrado tu lugar, a veces, ése que siempre estuvo ante ti, pero que no supiste ver con claridad.
La vida se confabulará para que tú respondas a tus propias respuestas.
Una vez hayas recibido las lecciones de tus maestros, éstos te dejarán libre de seguir tu camino, forjar tu destino y descubrir el tesoro de tu sabiduría el cual hallarás en cada paso que tus pies te permitan dar, y aún en el caso de que no tuvieras pies, serías capaz igualmente de seguir aprendiendo y recorriendo tu camino pues la luz del alma no conoce límites.
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