La noche se deja caer sobre el mar embebido de sal y de claro de luna para dar paso al baile de estrellas y de hadas que embellece el cielo.
Cuando el misterio nocturno desvela sus secretos desde las profundidades del océano, las sirenas emergen a la superficie y descansan sobre conchas de nácar y perlas de cristal. El lenguaje celestial de los ángeles se cruza con el canto de las sirenas y su potente vibración se eleva hasta tocar el corazón del cielo.
La playa parece una sala del Universo donde los pacientes han dejado de esperar la felicidad simplemente porque la encontraron en la magia del instante.
Pletórica, la luna se muestra desinhibida y sincera y se une a la danza de las estrellas y las hadas mientras se despoja de destellos lunares que recuperan algunas especies acuáticas para alimentar su instinto y su sentido de la orientación. En estas aguas cada cual lleva a cabo su rol en consonancia con su interior y los designios divinos. Por tanto, se trata de una danza del instante en comunicación con el propio potencial y con todo aquello que impulsa el crecimiento.
Anclada en la vividez del momento, sigo mi instinto y algo me dice que debo seguir observando imparcialmente este hermoso espectáculo marino donde todo irradia desde el alma.
La reina de las sirenas corona esta escena, emergiendo con su corte de delfines, ballenas y horcas que anuncian su ascenso y su llegada a la costa. La reina acaricia la arena con su aura de energía marina y eleva sus manos para recoger la energía estrellada y planetaria.
Cuando pisa la arena, la reina deja caer la energía, mientras los granos de arenisca revolotean en torno a ella para recargarse y esparcirla gracias a la brisa. Esta energía engendra sonrisas, espontaneidad y maravillas terrestres.
El ahora dialoga con mi ser y me adentra en mis propias profundidades más allá de aquellas de este océano de paz y me descubro sonriendo a la vida y refulgiendo en mi propia estrella, enraizada sobre el firmamento y enamorándome de este planeta llamado la Tierra.
Le guiño el ojo al momento, a la luna y a la belleza que serena mis emociones y las torna ligeras como una barca que recorre el río en la mera dirección del instante. Me siento como pez en el agua, en perfecta interacción con la brújula del mar, fluyendo en el hábitat natural.
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