La noche cae serena y mansa sobre el océano infinito bañado de estrellas y de destellos de luz divina. Un carruaje porteado por un cochero alado con una aura pura y etérea trae la dicha a la bóveda celeste, mientras la alegría baila sobre la cresta de las olas.
Un sendero de luz serpentea sobre el mar hasta llegar en silencio a la orilla y fundirse con el canto de las sirenas. Ellas se elevan,
hermosas y resplandecientes, y se hermanan con las estrellas,
abrazándose a sus rayos y filtrando la luz estelar. El amor sin
condiciones, sin expectativas, el amor y puro libre reposa en la espuma de este mar de ensueño y danza en los arrecifes de coral en
honor al instante que la corriente marina mece suavemente. Los delfines con sus juegos acompañan este espectáculo nocturno de luz y
de amor por el momento presente desde la atención de la consciencia.
De este modo, en la superficie acuática no se permite a sus integrantes que se les escape la vida, al contrario, la gozan en
plenitud y en armonía con el ser, arropados por la noche, guardiana del océano y vigía del instante.
El silencio de la noche nos habla en sueños desde el alma del planeta y nos conduce a ser nosotros mismos en paz con el ahora y con el destino que nos rige. Rendidos a él, el momento toma las riendas y nos convertimos en los hijos de la Tierra que permiten que todo sea, latiendo al unísono con el corazón de la existencia, libre como los niños que corren en la playa y sonríen a las gaviotas.
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