¡Hola, soy Emilú, o Manilú, si prefieres llamarme así!
Te veo alzada completamente en paz en las praderas selváticas, arropada por la nana del croar de las ranas y el zumbido de otros insectos durante la noche.
Tu mirada rezuma serenidad pues has soltado las expectativas. Alzas tu vuelo, sintiéndote una nómada de la naturaleza y absorbiendo la luz estelar que a tu alma le resulta tan familiar. Por eso, los pájaros se unen a tu vuelo en libertad y las luciérnagas también su unen a la comitiva. Estás abajo pero eres consciente de que también estás arriba, disfrutando de la ligereza del cielo y de la hermandad que compartes con la fauna salvaje que te acompaña.
El tiempo se amolda a ti y se ha serenado contigo. Percibes este proceso como muy antiguo, ese soltar ligero que te ha conducido a un estado de libertad absoluta en el cual precisas menos alimento y más luz.
La comitiva sigue su camino contigo a la cabeza y es como si descubrieras que siempre estuviste en el cielo, surcando viajes de belleza que convergieran con tu alma viajera. Los colores, las formas, los destellos son muestras de la presencia divina que te guía en el camino. Seducida por la luz, te sientes diáfana y cristalina como el agua del riachuelo que bebes cada manñana. Ahora eres una con todo y eso te confiere unicidad como la hija de Dios o de la Tierra en la que te eriges desde ahora.
Concluyes tu vuelo y te quedas con el sonido de fondo de los animales, ese sonido que te recuerda que sigas alerta, agradeciendo cada instante, en que, en cada uno de ellos cada vez te sientes más hermanada con los animales.
Desprovista de miedo, has logrado desnudar el alma y ya sólo te queda la humildad y la sencillez de una vida exenta de superficialidad que te abre los ojos con la naturalidad con que lo haría un niño.
Aquí te sientes segura y te has reencontrado con lo que un día dejaste por finalizar y que ahora te completa como anillo al dedo.
Hay tanta paz en tu interior que los ángeles no tienen reparos en compartir tu noche contigo, mientras las hadas vuelan inquietas a tu alrededor. Consideras esta escena tan natural que tú, simplemente, sigues caminando, hasta que llegas a casa y te duermes y sigues soñando con ese bosque que te acuna y que te susurra cuentos de hadas...
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