Desde la
dulzura del reino celeste, el reino de la intuición, incluso hasta nuestras
flores huelen a intuición.
Te animamos a que no dudes sobre la
información hallada y a que confíes
en su esclarecimiento. Por eso irradiamos la fuerza del tercer ojo o
chakra hasta vosotros para que os atreváis a despertar a vuestra voz
interior y a ver por su poderoso ojo frontal. En el reino celeste
emanamos energía violacea y azulada hacia vuestro planeta.
En meditación podéis tomarla inconscientemente. Lo que perciberéis es
la reactivación de vuestra capacidad intuitiva para sentiros guiados
hacia el propósito que motivó vuestro nacimiento.
Sólo desde la voz interior se vive en el propósito, estando despierto y plenamente consciente del instante. El tercer ojo permite verlo desde todas las perspectivas para sacarle el máximo jugo y saborearlo con todas las papilas gustativas, agradeciendo y hundiéndose en la belleza y el placer de cada sensación.
Por doquier nos llegan llamados de elevaros a la misma vibración del
ser. También redirigimos peticiones que nos llegan que
no son para nosotros pero que canalizamos a su destinatario.
Una de las funciones que cumplimos es reorientaros u orientaros en la dirección correcta, para que no os sintáis perdidos o confusos. Hay señales en vuestro caminar que os informan del rumbo correcto o incorrecto que estáis tomando. Cuánto más os escuchéis y estéis alerta, más certeros seréis en vuestros pasos.
Nos ocultamos tras las estrellas. A veces, las utilizamos como medio para irradiaros luz y asegurarnos de vuestros anhelos. No todos pueden cumplirse pues algunos os apartarían del camino. Cometer errores o ser conscientes de esta verdad os empujará a saber discernir.
Un sabio discierne desde una mente
tranquila destinada a irradiar y dar luz. La luz es por si misma, sin
pretenderlo, por eso, a veces el sabio da luz, sin quererlo,
sin buscarlo, desasido del resultado pero presente en la acción.
El
desapego le permite crear un espacio donde nacen cosas nuevas que él
nunca pretende atrapar o poseer. Él aprende y deja pasar, deja espacio,
él ya no precisa ocupar lugar, sino que ha tomado
conciencia de su rol de contenedor de la realidad o receptáculo del
contenido.
Sí, el sabio camina y deja caminar, ve pasar la vida
percibiendo su latido, su viveza, su explosión de amor y se emociona con
ella, pero la considera ya presente como un elemento
armonizador de su existencia, mágica y cambiante. Se emociona con la
sencillez y la espontaneidad del fluir de la vida, que él acoge con
implicación, compromiso y el desinterés de un niño amoroso.
El sabio abre los brazos al azúcar y la sal de la vida para sentir su propio equilibrio y encontrar la perfección de la unidad gracias a la dualidad, esa herramienta que tanto nos enseña, si tenemos una mente abierta y dispuesta a aceptar.
Las bazas del sabio están ancladas en el no juicio, la libertad, en la no necesidad de la aprobación de los demás y en la disolución de los miedos, especialmente, el miedo a quedarse solo. Simplemente sabe que la existencia lo tomará en sus brazos y le indicará su camino. Él no juzgará, simplemente seguirá el instante, dejará que éste lo posea pero sin perder la conciencia de sí mismo ni de la voz de su corazón, esa compañera que lo reúne con la muestra más auténtica y genuina de si mismo: el milagro de ser.
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