Caminos de luz
desfilan ante ti, arropados por senderos de agua transparente y dulce
cuyo vapor te rodea el alma y te embebe de la frescura de la mañana.
Montañas y valles se
yerguen y contemplas con reverencia su belleza perfecta y profunda,
mientras te sientas a meditar, cuando las hadas se acicalan sus cabellos
de luz en el riachuelo y los elfos cruzan el puente levadizo hacia ti.
Vienen a revelarte su sabiduría divina para
que tú la compartas en secreto con la humanidad y les des tu luz. El
castillo se eleva majestuoso e imponente tras las montañas, es como si
esta edificación se hermanara desde su posición con la grandiosidad de
los picos nevados. A ellos les dedicas tus melodías
sinfónicas generadoras de equilibrio pacificador.
Desde tu
acogedora posición te abres a la sabiduría que te llega y la agradeces
con cariño antes de transcribirla en tus libros y pronunciar sus
palabras sanadoras. En tu columna
de paz miles de ángeles llegan de todos los confines y penetran en la
Tierra para esparcir sus dones y crear esperanza.
Tus aves ya
forman parte de tu vida, su vuelo alto y grácil te recuerda que tú
tienes tus propias alas y que debes descifrar cómo elevarte con ellas.
Tomas el trono y
el cetro que antaño fueron tuyos y que tanto tienen que transmitirte
ahora pero no tienes prisa pues sabes que el tiempo no transcurre para
ti, en tu dimensión
sin tiempo, una dimensión donde él se convierte en un aliado callado e
invisible, que se muestra respetuoso y obediente.
Admiras las
estrellas colgadas de la bóveda que te cuida durante las noches. Tus
sueños te revelan como aligerar todavía más tu carga y te muestran la
cara de tus abuelos, que
desde el más allá siguen cuidando a su nieta del alma y contándole
secretos reservados a ella. Ellos han ido preparando tu camino para que
no te fuera tan dificultoso recolectar los frutos que ahora saboreas con
la inocencia y el agradecimiento de una niña
despierta y un tanto revoltosa. Esa chiquilla, que eres tú, corre libre
y sonríe con la fuerza de aquellos bebés que han venido para bendecir
el mundo y transmutar la densidad en positivismo, libre de todo mal.
Tocas las
rocas, sabiendo que ellas contienen más secretos para ti, y te alejas de
ellas al trote con tu caballo, ese fiel confesor que te abraza con sus
relinchos y su respiración
profunda y rítmica, en unísono con el latido del Universo, ése que
siempre ha cuidado de su niña de las montañas
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