Hoy amanece lindo el cielo. Las olas peinan la costa y le limpian la cara a esta playa caribeña de sonrisa tan abierta como el corazón de las gentes de este enclave de ensueño.
Las hojas de las palmeras ondean al cielo y los cocoteros sueltan hoy sus mejores frutos. La dulzura del zumo de frutas de este edén satisface a los paladares de los lugareños, acostumbrados a la pureza de todo lo que aquí existe.
El sabor de los alimentos de estas tierras constituye todo un regalo para los que tenemos la suerte de paladearlo y recrearnos con estos manjares nacidos en el corazón de los bosques tropicales. Comer aquí es como nutrirse de la energía del corazón de la Tierra.
Me llevo a la boca plátanos tan deliciosos como el azúcar de caña y agradezco infinitamente tan delicioso sabor. Las carnes, el pescado, el marisco, las frutas y verduras todo aquí lo degusto con sumo placer.
Camino lentamente por la orilla del mar, sin prisa, sin ninguna noción del tiempo, acompañada por cangrejos de mar y los destellos del sol. Las gaviotas bailan en el cielo y llenan el firmamento de movimientos alados y elegantes.
Me siento observada a lo lejos por seres alados invisibles pero puedo percibir su presencia. Lejos de sentirme mal por ello, me siento como si los ángeles estuvieran custodiánme desde su atalaya angélica.
Miro al horizonte con la esperanza de divisar alguna sirena pero sólo escucho el canto de los delfines y ballenas. Me quedo quieta para que ese sonido me penetre el alma y eleve su vibración.
Adoro a las especies acuáticas. Los animales marinos son la bendición que nos otorga el océano. Sí, me hallo en pleno paraíso y estoy viviendo mi verdad. Supera en mucho todo lo que había imaginado.
Me cruzo en la playa con un oriundo y emana la misma paz que se respira en el entorno. Todo el mundo aquí está embebido de la serenidad del lugar del mismo modo que el agua del mar lo está de la sal.
Las hojas de las palmeras ondean al cielo y los cocoteros sueltan hoy sus mejores frutos. La dulzura del zumo de frutas de este edén satisface a los paladares de los lugareños, acostumbrados a la pureza de todo lo que aquí existe.
El sabor de los alimentos de estas tierras constituye todo un regalo para los que tenemos la suerte de paladearlo y recrearnos con estos manjares nacidos en el corazón de los bosques tropicales. Comer aquí es como nutrirse de la energía del corazón de la Tierra.
Me llevo a la boca plátanos tan deliciosos como el azúcar de caña y agradezco infinitamente tan delicioso sabor. Las carnes, el pescado, el marisco, las frutas y verduras todo aquí lo degusto con sumo placer.
Camino lentamente por la orilla del mar, sin prisa, sin ninguna noción del tiempo, acompañada por cangrejos de mar y los destellos del sol. Las gaviotas bailan en el cielo y llenan el firmamento de movimientos alados y elegantes.
Me siento observada a lo lejos por seres alados invisibles pero puedo percibir su presencia. Lejos de sentirme mal por ello, me siento como si los ángeles estuvieran custodiánme desde su atalaya angélica.
Miro al horizonte con la esperanza de divisar alguna sirena pero sólo escucho el canto de los delfines y ballenas. Me quedo quieta para que ese sonido me penetre el alma y eleve su vibración.
Adoro a las especies acuáticas. Los animales marinos son la bendición que nos otorga el océano. Sí, me hallo en pleno paraíso y estoy viviendo mi verdad. Supera en mucho todo lo que había imaginado.
Me cruzo en la playa con un oriundo y emana la misma paz que se respira en el entorno. Todo el mundo aquí está embebido de la serenidad del lugar del mismo modo que el agua del mar lo está de la sal.
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