La Papisa, esa dama discreta y sabia del tarot, me hace llegar la siguiente reflexión...
Te
sientas en la penumbra y descubres la cara de aquellos que te
instigaron y que ahora han dejado de ser en tu vivir. Los comprendes
pero no te inspiran tristeza ni pena pues entiendes perfectamente que se
vean inmersos en las consecuencias de sus gestos. Hasta de ésto has
conseguido vaciarte y despojarte. Este vacío te ha compenetrado con algo
divino y grande que reside en lo pequeño y en lo sublime. Tienes la
sensación de haber estado así antes, de haber llegado a este sentido
completo de vida a través de tantos contrasentidos. Has conseguido que
cayeran todos y que te mostraran sin quererlo (pues nunca pretendieron
ayudarte) el lugar de donde provienes: aquél sin juicio pues ya no hay
nada que juzgar, la vida es demasiado valiosa como para perderla con
palabras vanas. No sabes como describir tu lugar de origen pero sí
percibes que es como una inefable felicidad construida en tu interior
con vigas de luz.
Ves
a alguien caminando con gracia y te das cuenta de que tu alma es así:
grácil y una ejecutora fiel a su destino. El hecho de que te haya
costado tanto llegar hasta aquí es consecuencia de que todo el mundo
paraece haberte enseñado el camino contrario a tomar quizás para valorar
más tomar luego el correcto y que nunca te arrepintieras de ello. Hasta
que no tomaste la decisión de salir de tu confusión, sintiéndote por un
tiempo perdida pero ya harta de sucumbir a las exigencias de los demás,
no conseguiste alzar tu vuelo y simplemente ser, existir, estar aquí,
viviendo el instante, no huyendo apresuradamente de él.
Cuando
vives, colaboras, miras estando presente y eso te hunde en la sabiduría
del alma y el recuerdo de lo aprendido en tantas existencias
anteriores. Se llega a este paso tras una tremenda aceptación y
rendición donde te sientes cómoda sin saber y sin ceder a la pretensión
del control: dejando que la vida sea y sin molestarte tan siquiera en
enjuiciarla. Hablando menos, callando, observando silenciosamente se
llega al vacío del silencio, allí donde comprendes que ya no hay nada
que manejar, tan sólo ser consciente de estar inmersa en ese momento
rebelador. Entonces, te sientes tú y te sientes limpia, pura, libre e
inocente como una chiquilla. Tan inocente que ya estás desintoxicanda de
tus juicios y abres la puerta del ser, aquella donde todo cae por su
propio peso y en la que sólo estáis el instante y tú, aunque tú no te
percibes separada del instante. Sólo aparece ante ti lo correcto, lo
divino, lo idoneop y la existencia cobra el sentido de ser, aquél que
reverencia la vida como el milagro que es, como la enseñanza que nos
eleva y nos convierte en lo que hemos venido a ser. Emitimos, entonces,
una vibración tan amplia y pura que todo lo que no se le asemeje,
simplemente, la atraviesa y se va, como un ruido destinado a acallarse.
Es la esencia del momento: la única que conversa con nuestra alma y lo
hacen como si fueran viejas amigas o almas gemelas, que han venido a
completarse.
Al
igual que la luna precisa de la noche para brillar, nosotros hemos
precisado del dolor, del sufrimiento y del hastío para comprender que
para perfeccionarnos e integrarnos en los opuestos, primero hay que
cabalgar de un lugar a otro de la dualidad para llegar con nuestra
montura a la cima del conocimiento, el cual habrá empezado por
conocernos a nosotros mismos, despojándonos de ropajes y adornos que
interferían en nuestra libre y genuina expresión del alma.
Como
niños que todos fuimos y somos, hemos venido a reinar en nuestro
Universo y a tomar el cetro para desempeñar la misión del alma. Ése
cetro sólo nos está reservado a nosotros. El cetro guarda secretos tan
osados capaces de cambiarnos a nosotros y al mundo. Y es que sólo desde
el refugio de nuestra soledad, de nuestra intimidad con el corazón, lo
hermoso en nosotros puede emerger transparente como un lago que fluye
sereno y que no precisa para ello de nada más que de sí mismo. Pues el
ser no depende, el ser es.
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